En una charla de sobremesa con un grupo
de conocidos, surgió el nombre de un predicador y pastor notable en la
actualidad, del que mencioné uno de sus temas de predicación, e inmediatamente el
más crítico del grupo respondió, bueno, bueno…, se nota que no sabes qué tipo
de doctrinas y sectarismo profesa ese predicador o pastor que has mencionado--,
seguidamente argumentó unos cuantos puntos contundentes sobre sus errores
doctrinales; tomó nota --le dije--. Así siguió en solitario y criticó
hasta nueve pastores destacados del momento; del décimo daré su nombre,
porque es americano y este comentario no le va a llegar; el pastor en cuestión es Rick Warren que,
tiene un montón de defectos, según mi compañero de tertulia; entre ellos subrayó,
es ecuménico, fue a ver al papa y le besó el anillo entre otras cosas
sacrílegas a las que se sometió en esa visita dicho pastor y, además, también
está con la teología de la prosperidad. Al tiempo me preguntó, ¿tú sabes
cómo sacan el dinero a la gente? Todos cometen, según él, actos sacrílegos,
pecaminosos y de abuso a la buena fe de la gente. ¿Y quiénes de los que tú
conoces son más o menos buenos? --le pregunte--; solo mencionó a
uno muy notable que tenía buena doctrina, pero con algunos dudosos matices.
Viéndolo así creo que los únicos buenos somos tu y yo, --le dije--. Se quedó mirándome con cierto estupor… Un
compañero suyo viendo que se había quedado descolgado, salió al quite y cambió
el rumbo de la conversación y descansamos los dos, yo más que él.
Por un momento me dio la impresión
que estábamos en un programa de sobremesa parecido a los de telecinco, tipo Sálvame
o algo semejante. Menos mal que la intervención de su amigo me sacó de ese
círculo criticón.
Si estás pidiendo a Dios prosperidad, que sea con honestidad e integridad y con el propósito de ser de bendición a tu
familia y a los fieles de tu congregación y al prójimo en general, y no con la
intención de presumir y humillar a los demás creyéndote superior a ellos y,
sobre todo, hazlo con alegría, no con chulería. Y si por el contrario optas por
la pobreza, que tal decisión, o forma de vida, sea así mismo motivo de alegría
y no para quejarte por ello y usarlo como medio o excusa para envidiar y
criticar a los que van por un camino diferente. Así lo hacía uno de los mayores
representantes del camino de la Santa Pobreza como la llamaba Francisco
de Asís. Conozco a algunos que tienen dinero y viven como si no lo tuvieran o
lo usan para servir a la sociedad viviendo ellos como uno más, y otros que
amasan fortuna con extrema ambición. El
buen samaritano disponía de dinero para hacer la obra de caridad que realizó y,
sin él, no la podría haber realizado, (Lucas 10:25-37). Conozco a otros
que viven en una chabola y tienen un Mercedes, y otros que tienen que vender el
BMW, para comprar gasolina. Son pobres que no se resisten a serlo, cosa que me
parece bien, pero lo hacen con la actitud equivocada y ello no nos habla de
humildad, por lo tanto humildad y pobreza no son sinónimos.
Dice el Apóstol Pablo, sé vivir
humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así
para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para
padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece. Filipenses 4:12-13 RVR1960
Alfredo Manzano
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