¿Tiene Nombre Dios? ¿Es el Espíritu Sin
Nombre?
Querido lector, este
artículo está escrito en una peculiar prosa y sano sarcasmo. Aunque no soy escritor y no maneje bien las letras, sin embargo como investigador y
observador de los textos Sagrados, tengo algo que decir y lo hago en el mejor
estilo literario que conozco: el propio, porque no dispongo de otro y, aunque no
sea el mejor, sin embargo servirá para aportar claridad al tema o asunto que trato, porque para
muchos urge aclararlo.
Expongo
a continuación este consejo de D. Antonio Machado en boca de Juan de Mairena:
«Huid
del preciosismo literario, que es el mayor enemigo de la originalidad. Pensad
que escribís en una lengua madura, repleta de folklore, de saber popular, y que
ése fue el barro santo de dónde sacó Cervantes la creación literaria más
original de todos los tiempos. No olvidéis, sin embargo, que el
"preciosismo", que persigue una originalidad frívola y de pura
costra, pudiera tener razón contra vosotros cuando no cumplís el deber
primordial de poner en la materia que labráis el doble cuño de vuestra inteligencia
y de vuestro corazón. Y tendrá más razón todavía si os zambullís en la barbarie
casticista, que pretende hacer algo por la mera renuncia a la cultura
universal.... El poeta es un pescador, no de peces, sino de pescados vivos;
entendámonos: de peces que puedan vivir después de pescados».
¿Tiene
Nombre Dios? o ¿Es la Divina Esencia, Espíritu Sin Nombre?
Cuánta
literatura y confusión sobre el nombre que no lo es, JEHOVÁ, YAHVÉ, YHWH
o como quiera que lo escriban o lo pronuncien; da igual, dice lo que dice
y es lo que es y es un tema a considerar y clarificar de una vez. A
Moisés se le reveló diciendo: «YO SOY EL QUE SOY», «EL QUE
ES...» ¿Es un nombre o no lo es? En todo caso sería una
preposición, un prefijo, un pronombre adjunto al verbo ser con un
interrogante gigantesco que al intelecto no le deja calificar, clasificar, ni
entender. Un nombre o sobrenombre califica a la persona que lo lleva, y sobre
todo en la antigüedad, cuando los nombres estaban relacionados con las
características y la personalidad de los portadores del mismo. Parece que el
Dios bíblico, o los que hablan en nombre de ese Dios, no están por la labor de
que ningún adjetivo le defina, y eligen al fin un sonido, un vocablo, un fonema,
un pronombre que no define nada, sencillamente porque la infinita esencia no se
puede definir ni encasillar. ¿Por qué pues tanta obstinación en maquillar,
ocultar y confundir a cerca de un nombre
que no lo es, afín de evitar calificar y dar forma a un nombre que es
indefinible en sí mismo y desde su origen? Todas las acepciones y esfuerzos
que se han hecho para maquillar, ocultar y confundir (yo que sé con qué
propósito), limitan más al verdadero NOMBRE que la infinitud que en sí mismo
aporta el Nombre sin Nombre, que ya desde su origen ES.
Cuántos
esfuerzos nacidos de la confusión, la ignorancia o la soberbia de los que
quieren apropiarse del NOMBRE que no lo es, y que ya era lo que era aun antes
de que Moisés el incircunciso fuera y que a través de éste inspirado legislador su NOMBRE conocer diera.
Si se
conservaron los textos que componen las Escrituras, no es gracias a los que con
tanta premura se disponen a escoger y clasificar aquellos pasajes y frases de
las Sagradas Escrituras que más les gustan..., o los que más les incomodan,
para amañarlos a las formas fonéticas y semánticas de sus
preferencias; para convertirlas en una caricatura de lo que en su origen eran.
¡Como si Dios hablara esas lenguas y no tuviera las suyas propias!
Dios
hablaba a los hombres antes que existiera el idioma hebreo, y cuando se
escribieron las partes más antiguas de la Biblia no existía un idioma
propiamente hebreo; los rasgos y formas de la escritura eran comunes a la fenicio-cananea
(como vemos en la imagen superior), de forma que un hebreo o israelí actual no
puede comprender el hebreo en el que las Escrituras originales se escribieron,
(tuve ocasión de comprobarlo en un viaje a Israel con el guía que nos
acompañaba, que hablaba el hebreo moderno a la perfección y sin embargo no podía leer uno de los textos de un rollos del Qumrán que se encontraba en el museo del libro en Israel). Dios habla a través
de muchos medios: por las imágenes oníricas en los sueños, mediante visiones,
símbolos, intuición, impresiones, representaciones, la acción, la inmensidad,
un gesto, una mirada, un silencio; cada una de estas expresiones dicen más que
mil palabras, aunque estas se pronuncien en hebreo. ¡Como si Dios no tuviera
miles de idiomas! Por ejemplo, cuando contemplamos un paisaje, a través del
sonido del viento, de la tormenta y el rayo, del murmullo y el rugir del mar,
cuando el científico contempla a través del microscopio los microorganismos
vivos o cuando contemplamos las estrellas.
El alma
sensible percibe el mensaje de Dios en todo lo que toca, en todo lo que
observa; en cada cosa y situación aprende a escuchar el sonido de la campana que sin sonido
le guía y le habla. Por la intuición y la inspiración de su Espíritu, y también
cómo no, por las Escrituras; teniendo en cuenta, claro está, que la letra mata
pero el Espíritu vivifica. También por la palabra hablada, y en este caso
siempre a través de terceras personas como un predicador o un maestro ya que
entenderán que no es lo habitual que Dios lo haga con fonemas. Además hay
multitud de idiomas en el mundo y Dios habla a cada persona en su lengua. En
cambio el idioma de las imágenes oníricas en los sueños es único para todos, es
el más universal, el más común, el idioma más hablado en el mundo aunque
también el menos comprendido.
Con distintos matices y símbolos, los sueños
no difieren mucho entre las personas que sueñan, aunque el soñador sea de una
cultura muy diferente o extraña a la nuestra, y siempre manifestarán el estado
psicológico de quien sueña, teniendo en cuenta las características culturales
del lugar.
Volviendo al tema de las Sagradas Escrituras,
digo pues que, si ellas se conservan, es gracias al cariño y cuidado que en
ello pusieron los profetas, sus discípulos y los maestros que en las escuelas
de éstos les sucedieron. Los que posteriormente surgieron iban tomando el
testigo de su inspiración narrativa y cuidado. Ellos fueron los que la Palabra
Revelada escribieron y si alguno fue también sacerdote, antes que sacerdotes
eran profetas, pero no de la orden de Sadoc sino de Abiatar, que tenían su
escuela en Nob, o Anatot, y su prioridad era la palabra Rhema, palabra actual
de revelación sobre la palabra escrita, aunque a esta la cuidaban con especial
esmero, sencillamente porque era la Palabra Revelada de sus antecesores.
Nada o
muy poco le debemos a los sacerdotes de la liturgia y el templo que una y otra vez la manipularon y
perdieron, a los que el Templo prostituyeron. Por ello el Señor Jesús les amonesto con palabra implacables. En cambio a los hijos de los
profetas, escondidos ellos y sus escritos en las montañas y cuevas a causa
de las persecuciones que sufrieron, a ellos les debemos este legado:
que las Escrituras al final a nosotros hayan llegado. Gracias a
ellos y a su celo por conservarlas y
ocultarlas de los depredadores y a sus sucesores, esenios y nazarenos de los
que hoy somos descendientes algunos cristianos; ellas, las Escrituras a
nuestras manos llegaron, eso sí, retocadas, arregladas y en gran medida
manipuladas por los escribanos.
Desde los tiempos de Esdras el Escriba,
pasaban de mano en mano, y al final, después de Cristo, en los años noventa de
nuestra era, en el Concilio de Jamnia, los escribas el Canon retocado y
ordenado nos dejaron.
Al tiempo que los amantes de la liturgia, la
Ley y las letras hacían su trabajo en
Jamnia retocando el Canon del «Antiguo Testamento» (el que actualmente
tenemos), Dios inspiraba al Apóstol Juan en la isla de Patmos el libro de las
Revelaciones (el Apocalipsis), una forma de comunicarse con Dios a través de
las visiones, sueños, éxtasis y revelaciones, muy diferente al de las letras...
¡vamos!, un tema como para volver loco a los amantes de las normas, las leyes,
las letras y las liturgias. Éstas son totalmente necesarias, siempre que no
anulen la misericordia, la libertad, la creatividad, la inspiración y la
revelación; cada una en su lugar, en su parcela de influencia, desempeñando su
función en la sociedad…. Pareciera que el Señor Jesús, le inspiraba al Apóstol Juan las Revelaciones para romper las rígidas estructuras de la liturgia y la razón, que una y otra
vez insisten en su obstinación; para hacerles entender que hay vida inteligente
más allá de la reflexión, para que entendamos que el hombre propone y el Eterno
dispone. Dios lo permitía para poner de
manifiesto, declarar y afirmar ese lenguaje que ninguna raza, ni sociedad, ni
hombre inventó, para que entendamos cómo habla Dios: el Verbo que Era, que Es,
y siempre Será. ¡Que no te lo cuente nadie!, Él imprimió sus leyes en tu mente y corazón, en tu mente emocional,
y ella, tu inteligencia emocional te lo contará, intenta escucharla, aprende su lenguaje, que ella a mi todo esto
me contó. Escudriña las Escrituras, obsérvalas con atención y verás que de este
tema, de este asunto, no solo hablo yo.
¿Dios
tiene nombre o es el espíritu sin nombre?
«Yo
Soy el que Soy». ¿Testigos de qué? ¿EL
QUE ES… qué...?
Esta expresión, este fonema,
antonomasia, prefijo, preposición o pronombre, nos sumerge en el concepto de
Nada, de Todo, de Infinitud, de Eternidad… Por lo tanto YO SOY, ¿no define
nada…? Señala más bien la Esencia de Ser Infinita, solo hasta que se le añade
un sustantivo o calificativo.
Espíritu sin nombre... (Rima V)
Espíritu
sin nombre,
indefinible
esencia,
yo
vivo con la vida
sin
formas de la idea.
Yo
nado en el vacío
del
sol tiemblo en la hoguera,
palpito
entre las sombras
y
floto con las nieblas.
Yo
soy el fleco de oro
de
la lejana estrella;
yo
soy de la alta luna
la
luz tibia y serena.
Yo
soy la ardiente nube
que
en el ocaso ondea;
yo
soy del astro errante
la
luminosa estela.
Yo
soy nieve en las cumbres,
soy
fuego en las arenas,
azul
onda en los mares
y
espuma en la ribera.
En
el laúd soy nota,
perfume
en la violeta,
fugaz
llama en las tumbas
y
en las ruinas hiedra.
Yo
canto con la alondra
y
zumbo con la abeja,
yo
imito los ruidos
que
en la alta noche suenan.
Yo
trueno en el torrente,
y
silbo en la centella,
y
ciego en el relámpago
y
rujo en la tormenta.
Yo
río en los alcores
susurro
en la alta hierba,
suspiro
en la onda pura
y
lloro en la hoja seca.
Yo ondulo con los átomos
del humo que se eleva
y al cielo lento sube
en espiral inmensa.
Yo,
en los dorados hilos
que
los insectos cuelgan,
me
mezclo entre los árboles
en
la ardorosa siesta.
Yo
corro tras las ninfas
que
en la corriente fresca
del
cristalino arroyo
desnudas
juguetean.
Yo
en bosque de corales,
que
alfombran blancas perlas,
persigo
en el Océano
las
náyades ligeras.
Yo,
en las cavernas cóncavas,
do
el sol nunca penetra,
mezclándome
a los gnomos,
contemplo
sus riquezas.
Yo busco de los siglos
las ya borradas huellas,
y sé de esos imperios
de que ni el nombre queda.
Yo
sigo en raudo vértigo
los
mundos que voltean,
y
mi pupila abarca
la
creación entera.
Yo
sé de esas regiones
a
do rumor nos llega,
y
donde informes astros
de
vida y soplo esperan.
Yo soy sobre el abismo
el puente que atraviesa;
yo soy la ignota escala
que el cielo une a la tierra.
Yo
soy el invisible
anillo
que sujeta
el
mundo de la forma
al
mundo de la idea.
Yo,
en fin, soy ese espíritu,
desconocida
esencia,
perfume
misterioso
del
que es vaso el poeta.
De:
Rimas, leyendas y narraciones
GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER
De poetas y de locos –dice el refrán– todos tenemos un poco, así que todos somos vasos, pequeños contenedores de la esencia divina. En en el Nuevo Testamento, se nos recuerda este profundo, misterioso y desconcertante asunto para la razón, somos vasos, templos donde habita el Espíritu de Dios. Jesucristo, se refirió así mismo como el templo de Dios. (Destruyan este templo —respondió Jesús—, y lo levantaré de nuevo en tres días: y dijo esto refiriéndose a su cuerpo). (Jua 2:19-21).
Jesucristo fue el inspirador y la nota dominante de las revelaciones que Juan recibió en la isla de Patmos; Él es el que nos revela las Sagradas Escrituras dentro del contexto histórico y en las ya borradas huellas de esos imperios de los que ni el nombre queda. Él es en definitiva, el puente sobre el abismo, la ignota escala..., la escalera que el Cielo une con la tierra, el medio, el vehículo, la espiral inmensa de átomos que, como humo lenta al cielo sube, es la indefinible esencia, la forma de la idea que se nos reveló aquí en la tierra, Él es «EL QUE ES». El nombre sobre todo NOMBRE.
«Yo Soy» es el pronombre, «Elohim»” es el sustantivo, el nombre traducido “Dios.”
Yo no estudio las cosas ni pretendo
entenderlas.
Las reconozco, es cierto, pues antes viví
en ellas.
Converso con las hojas en medio de los
montes
Y me dan sus mensajes las raíces
secretas.
Y así voy por el mundo, sin edad ni
destino.
Al amparo de un cosmos que camina
conmigo.
Amo la luz, y el río, el silencio, y la estrella.
Y florezco en guitarras porque fui la
madera.
Atahualpa
Yupanqui.
En el próximo capítulo veremos como la persona
de Cristo, el ser más maravilloso que ha pisado esta tierra, se apropia y usa
ese nombre: «Yo Soy».
Alfredo Manzano