EN UN VIAJE AL MAS ALLÁ VI LA REALIDAD DEL MAS ACÁ
En un día de
duro trabajo, cuando me iba a casa a descansar por aquellas cosas de la vida,
me tocó cuidar a mis nietos. Salimos a dar un paseo, al cabo de media
hora se hacía pesada mi tarea, tanto o más que la jornada de trabajo, por mi
cansancio y mi lesión de columna. Quien conozca a mis nietos, dos varones de 6
y 3 años, sabe la efusividad y energía que tienen (imagino que a esa edad
todos son más o menos igual de inquietos y traviesos). Caminando por las calles
de Alcalá de Henares llegamos al antiguo monasterio de los Carmelitas que fue
regentado en su día por Juan de la Cruz, místico y poeta español al que
admiro. A la entrada de la capilla y al monasterio, hay un pequeño parque
en el que mis nietos se entretuvieron jugando; al tiempo vi entrar unas
personas en la capilla y al abrir la puerta escuché la música que salía del
interior. Al momento me pregunté — ¿Nunca he entrado a ver esta capilla
donde ministró y vivió esta ilustrísima persona?—, había llegado ese momento.
Cuando me decidí a entrar, mis nietos vinieron detrás de mí y dentro nos
encontramos a una orquesta musical dando un concierto espectacular. La iglesia
llena, con gente de pie por los pasillos laterales y toda la parte trasera de la
nave; mis nietos y yo nos quedamos impactados por la belleza de la música y el
momento. Entonces mi nieto mayor, empezó a hacerme preguntas sobre algunas
imágenes, el cepillo de las ofrendas, el confesionario etc., como estábamos
cerca de la puerta y molestaba a las personas que escuchaban el concierto, lo
saqué a la calle y le dije que dentro de la iglesia no podía hacerme preguntas
porque molestábamos a las personas que asistían al acto. Mi nieto pequeño que
se había quedado dentro, salió enfadado y con su lenguaje a medias palabras nos
retó a los dos y nos dijo (señalando con su mano y fuerte énfasis) que teníamos
que estar dentro escuchando la música. Le sugerí que mejor seguíamos con nuestro
paseo, a lo que contestó con el mismo énfasis y determinación — no abuelo,
vamos dentro a escuchar música—. Me sorprendió mucho su firmeza dada su corta
edad, al tiempo que me agradó su actitud para poder seguir escuchando el
concierto. Entramos en silencio, ambos se pusieron de rodillas en el pasillo
central de la iglesia, cuando el director de la banda estaba explicando algo
sobre el autor de la música y la letra de la siguiente pieza musical: «La
Saeta» (si continuas leyendo esto hazlo por favor mientras escuchas esta
pieza https://www.youtube.com/watch?v=d4gB0X3-I88).
El autor de
la música es Joan Manuel Serrat y la letra de D. Antonio Machado. Cuando
vi a mis nietos en silencio y tranquilos como extasiados por la belleza de la
música y el ambiente envolvente y solemne, yo, recostado sobre la puerta
también escuchaba la música con esa letra de denuncia sobre una tradición,
bella, pero barroca, recargada y que nubla el entendimiento sobre el mensaje
del mismo Jesús… Como decía, recostado sobre la puerta, como una saeta
penetraba en mi alma el lamento de D. Antonio Machado sobre nuestro país y su
gente, con la calidad de la música, el entorno envolvente, y el descanso que me
produjo la relajación del cuidado de mis nietos, mis ojos se humedecían por el
quebranto, al tiempo que levanté la mirada al techo de la capilla y vi la
imagen de Juan de la Cruz que enseguida me hizo recordar su poema:
«Entréme
donde no supe:
Y quédeme no
sabiendo
Toda ciencia
trascendiendo».
Extasiado por el momento empezaron a brotar
las lágrimas de mis ojos que corrían por mis mejillas. Entré donde no
esperaba y me sorprendió la belleza, el talento, espiritualidad y quebranto por
su país de dos personas que admiro profundamente y el de una tercera, Joan
Manuel Serrat que también, aunque no tanto.
El impacto emocional y de éxtasis se acentuó por varias razones:
primero porque de Juan de la Cruz y de D. Antonio Machado hago referencia
a sus poemas e inspiración en mi libro «La Biblia y Los Sueños», y por otro
lado, la desazón que me produce la coyuntura política actual, que en el fondo
no es muy diferente de la que Don Antonio Machado vivió en sus días, y por el peso de algunas
tradiciones tan fuertemente arraigadas en el subconsciente colectivo de los
españoles que han generado retraso y división entre nosotros, hasta tal punto
que, una música y un poema de protesta, lo han convertido en el emblema de la
Semana Santa.
En éxtasis, envuelto en el musical, me vi en un cruce de caminos
con D. Antonio Machado cuando él dejaba España y se iba de este mundo, y yo en
cambio me preparaba para venir y nacer en los reinos desunidos de las Españas;
entonces, en ese encuentro al oído me susurró: —¿Yo vengo y tú vas?…—
«Ya hay un español que quiere
vivir y a vivir empieza,
entre una España que muere
y otra España que bosteza.
Españolito que vienes
al mundo te guarde Dios.
Una de las dos Españas
ha de helarte el corazón».
El corazón partido
D. Antonio,
estoy ardiendo en mi interior por mi país y por Cristo nuestro Señor, y no me
hielan el corazón, me arde de dolor y no por una España, sino por las
dos. Unos con el puño cerrado, amenazando y gritando «muera España
viva Rusia» y fusilando si pudieran a nuestro Redentor.
Los
españoles hemos perdido la razón, unos la razón histórica, la razón de ser, y no
saben lo que son, el caso es reventar todo lo que sabe a España y lo español,
¿cabe mayor locura que traicionar su identidad patria, mercadear con las ideas
y venderse a cualquier impostor? Estos, D. Antonio, no resaltan lo habido en
nuestra historia y lo que hay de valor, para luego corregir el error; aman el desorden, el desgobierno, la intolerancia, aunque..., a todos con tal que
les den su voto, dan la razón, para luego hacer según su parecer sin atender al
respeto del que tiene otra opinión. Cuando escuchaba su poema D. Antonio, acompañado de esta hermosa melodía no puede contener las lágrimas, se me rompe
el corazón, y pienso también en los españoles que no saben vivir sin religión,
sin el Vaticano, que más papistas que el papa son, ¿no tienen memoria
histórica? ¿No saben cuántas veces el Vaticano nos traicionó que, hasta con el
enemigo más acérrimo del cristianismo se alió con tal de combatir lo
español? A pesar de todo, los reyes de España por defender y financiar al
Vaticano hasta la bancarrota se empeñó. ¿No lo saben? — ¡que me
pregunten y se lo cuento yo! — Como Quijotes delirantes, salvadores del mundo,
llevando nobles y pesadas cargas humanas que ni Dios ni nadie les mandó, y por
si fuera poco combatiendo la Reforma de la iglesia que Dios permitió.
Como los buenos no quisieron apoyarla porque se creían más justo que Dios, por
ello a uno que de justo no tenía nada, la Providencia sustentó y los fundamentos
de un imperio nuevo constituyo.
Entre las dos Españas D. Antonio, tengo el
corazón partido, roto de dolor y, yo también quisiera como otros ingratos no
sentirme español, no amar a esta tierra donde la Providencia me hizo
nacer, aunque solo sea para no sentir este dolor.
Comparto aquí su poema D. Antonio,
letra de esta hermosa interpretación, para que no digan otros que esto me lo
invento yo:
Dijo una voz
popular:
«¿Quién me presta una escalera
para subir al madero
para quitarle los clavos
a Jesús el Nazareno?»
Oh, la saeta, el cantar
al Cristo de los gitanos
siempre con sangre en las manos
siempre por desenclavar.
Cantar del pueblo andaluz
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz.
Cantar de la tierra mía
que echa flores
al Jesús de la agonía
y es la fe de mis mayores
!Oh, no eres tú mi cantar
no puedo cantar, ni quiero
a este Jesús del madero
sino al que anduvo en la mar!
«¿Quién me presta una escalera
para subir al madero
para quitarle los clavos
a Jesús el Nazareno?»
Oh, la saeta, el cantar
al Cristo de los gitanos
siempre con sangre en las manos
siempre por desenclavar.
Cantar del pueblo andaluz
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz.
Cantar de la tierra mía
que echa flores
al Jesús de la agonía
y es la fe de mis mayores
!Oh, no eres tú mi cantar
no puedo cantar, ni quiero
a este Jesús del madero
sino al que anduvo en la mar!
¡D. Antonio!
de estos corazónes partidos como el suyo y el mío, y de otros muchos que claman al que anduvo
e hizo caminos en la mar, brote una nueva España que alegre la profunda
tristeza y ese roto corazón desde el que sus versos brotaron, y que así también
alegren el corazón de Dios, dividido entre los que se colocan a su mano
derecha, gente de altos vuelos, empecinados y religiosos de épocas,
inquisitoriales y tiempos procesionales, y de los violentos de puño
cerrado, voluntariamente situados a la mano izquierda de Dios, que fusilan a un
Cristo de piedra, que prenden fuego a los conventos y que proclaman muera su
propia nación.
Reitero
pues que, me gustaría (y presiento que así será), que de este profundo
quebranto naciera una nueva flor, una nueva sociedad, una nueva España
que no deseara su propia muerte, ni tampoco la de ninguna otra nación, para
que todos los que
tenemos el corazón partido por esta España, no tengamos que irnos por los
cerros de Úbeda ni exiliarnos en Francia. Y que podamos decir: ¡viva nuestra
reina republicana! ¡viva nuestro rey monárquico! y que Dios guarde a
España.
Desperté de
mi éxtasis y volví a lo que llamamos la vida real, la más inmediata, porque
después de tres piezas de concierto mis nietos cansados de estar sentados en el
frío suelo querían salir, y a petición una vez más del pequeño fuimos a tomar
chocolate con churros, algo bien típico de España; y como de momento no sabemos
porqué motivos no queda bien decir ¡viva España! (caso único en el mundo), aunque sí se
puede decir ¡viva la república de Narnia! pues grité: ¡viva el chocolate con
churros! el que mis nietos y yo como locos disfrutamos. ¡Viva el chocolate con churros!
¡Vivan mis nietos! Y que muchos años lo vea yo.
Alfredo Manzano.